Era una tarde de compras, debíamos ir a varios lugares hasta encontrar lo que buscábamos. Mi esposo y yo hablamos con Mical seriamente y le dijimos lo peligroso que era si decidía alejarse de nosotros. A pesar de su corta edad y de la inquietud natural de esos años, me sorprendió lo entendida que estaba de todo. En las primeras dos tiendas recordó bien la instrucción y se mantuvo cerca todo el tiempo, pero en la tercera le restó importancia al consejo o tal vez olvidó la advertencia, quizás sin darse cuenta se permitió distraerse entre tantos aparatos y artefactos atractivos.
Continuamente la rastreábamos con la mirada, tanto mi esposo como yo seguíamos cuidadosamente cada uno de sus movimientos. Era como tener un ojo sobre ella mientras el otro escogía lo que necesitábamos. Pero se alejó lo suficiente, y por su corta estatura nos perdió de vista con prontitud, aún recuerdo verla correr desesperada al último pasillo donde alcanzó a vernos por última vez. De prisa se alejó con la mirada llena de angustia, decía entre gritos y sollozos: -¡mamá, papá aquí esta su hija!