Todavía Mical reacciona de inmediato cuando me oye entonar esa simple frase, parece que reconociera como al principio la intención de la misma. Es como si literalmente hubiera grabado esa pista en su interior. 

Sin embargo, hay una canción mejor la cual estoy grabando desde ahora en el corazón de ella, seguramente porque un día la grabaron en el mío. Como en el Salmo 89:1 Las misericordias del Señor cantaré perpetuamente; de generación en generación haré notoria tu fidelidad con mi boca. 

Al leer este pasaje entiendo el compromiso que tenemos con nuestros hijos, hacer de la misericordia del Señor nuestra mejor canción, y entonarla una y otra vez, siempre y siempre, para que a su vez ellos la canten a sus hijos y que de generación en generación todos sepan, como nosotros, de Su gran amor y fidelidad. Quién más se los dirá sino nosotros, quién mas cantará para ellos la mejor canción. 

Cantemos entonces perpetuamente, grabemos en el corazón de nuestros hijos un canto que no sólo les haga dormir, sino que les de paz. Que en las noches más oscuras o en los ratos donde el sueño no aparece, ellos puedan volver a entonar esa melodía que les hará descansar, esa canción que les hará recordar las misericordias y la fidelidad de Dios con sus padres, y que así como a nosotros Él no les dejará. 

Cantemos la mejor de todas las canciones, hagamos notoria su fidelidad con nuestra boca, digámosle al mundo lo que Él ha hecho por amor a nosotros, después de eso, nuestros hijos jamás podrán olvidarlo. 

La más hermosa canción de cuna, la recuerdo de los labios de papá.