Era una tarde de compras, debíamos ir a varios lugares hasta encontrar lo que buscábamos. Mi esposo y yo hablamos con Mical seriamente y le dijimos lo peligroso que era si decidía alejarse de nosotros. A pesar de su corta edad y de la inquietud natural de esos años, me sorprendió lo entendida que estaba de todo. En las primeras dos tiendas recordó bien la instrucción y se mantuvo cerca todo el tiempo, pero en la tercera le restó importancia al consejo o tal vez olvidó la advertencia, quizás sin darse cuenta se permitió distraerse entre tantos aparatos y artefactos atractivos.
Continuamente la rastreábamos con la mirada, tanto mi esposo como yo seguíamos cuidadosamente cada uno de sus movimientos. Era como tener un ojo sobre ella mientras el otro escogía lo que necesitábamos. Pero se alejó lo suficiente, y por su corta estatura nos perdió de vista con prontitud, aún recuerdo verla correr desesperada al último pasillo donde alcanzó a vernos por última vez. De prisa se alejó con la mirada llena de angustia, decía entre gritos y sollozos: -¡mamá, papá aquí esta su hija!
Ambos salimos tras ella por aquel largo pasillo que en pocos segundos transitó. Gritábamos su nombre pero entre el bullicio y la gente no escuchaba nuestra voz, nos apresuramos no sólo para alcanzarla sino para aliviar su angustia y su desesperación.
Nunca la perdimos de vista, pero lo inolvidable de la escena fue que al no vernos ella misma se sintió perdida, extraviada para siempre, lejos de todo lo que ahora entendía como importante y seguro. Cuando la alcanzamos y mi esposo la alzó en sus brazos, se aferró fuerte a su cuello. No se le escuchaba el llanto pero las lágrimas quedaron en el hombro de papá, mientras tanto, entre cortas palabras dijo casi sin aliento: -¡me perdí papá, me perdí!
Mi corazón no pudo mantenerse indiferente ante aquello, sobre todo cuando me vi a mi misma como a Mical. Recordándome entre los brazos del Padre, diciendo casi sin aliento: ¡Me perdí Papá!
Nunca sabrás cuánto alivio se siente estar en los brazos del Padre hasta después de saberte perdida.
Quizás muchas se sientan identificadas con esta experiencia. Habiendo estado advertidas del peligro que representaba alejarnos de Él, por alguna circunstancia nos descubrimos extraviadas. Lejos del alcance de su voz y de sus manos, y hemos echado a correr por pasillos inciertos de la vida, clamando desesperadas: ¡Aquí estoy Papá, ven a salvarme! Pero es inútil, entre el bullicio y la gente parece que no nos escuchará.
Amiga mía, si hoy estas así ¡Detente! No corras más, el Padre no te ha perdido de vista, tú fuiste quien se extravió pero sus ojos siguen sobre ti. Viene en camino, listo para tu rescate, dice tu nombre aunque quizás por la misma angustia ni siquiera puedas escucharlo.
Detente y recuerda la salvación que una vez te prometió, aunque tu te hayas alejado, Él nunca te dejó. Como una oveja perdida serás alcanzada por el Buen Pastor, por el amante Padre Celestial, que curando tus heridas te tomará en sus brazos, te subirá a sus hombros y te hará volver en paz.
“Me he extraviado como una oveja; ¡ven en busca mía, pues no me he olvidado de tus mandamientos!” Salmo 119:176
Oración: Señor,
aunque me haya extraviado yo sé que tú me salvarás. Ven a buscarme, yo soy tu
hija y te necesito, dame tu paz. Amén
Del devocional Isha-Salmos
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