Como todos los días mirando el reloj con ansiedad parecía que los últimos minutos eran eternos. La intensidad del sol en la ventana anunciaba que ya era la hora, aunque las agujas del viejo reloj caminaran tan despacio.

Estaban listos para que al sonar la campana pudieran emprender la partida sin impedimentos . El recreo prometía veinticinco minutos de diversión al máximo. Pero Diego no alcanzó a cruzar la puerta del salón estando de pie. Sin darse cuenta sus cordones se soltaron y después de algunos pasos cayó al piso aparatosamente.

Tuvo que conformarse con mirar al resto de su clase divirtiéndose en el recreo que era suyo, puesto que él ya no podía disfrutarlo. Lloraba desconsoladamente no por las raspaduras, sino por no poder llevar a cabo los planes que tenía con Tulio y Fernando. Ellos sin duda se preocuparon y se acongojaron un poco, pero de igual forma fueron a disfrutar sus anhelados veinticinco minutos de diversión.

A veces en el salón de la vida nos parece que ya es tiempo de salir al aire libre y respirar y correr, y hacemos planes que entrarán en acción al sonar de la campana. Preparamos el equipaje, el itinerario, y todo está listo para la partida. Pero a veces sin darnos cuenta, por tanta ansiedad nos olvidamos de pequeños detalles que no parecieran tan importantes, pero que a larga determinaran si viviremos o no esa experiencia.

Proverbios 16:9 afirma que El corazón del hombre piensa su camino; pero el Señor es quien endereza sus pasos. Por lo que nos conviene presentar nuestros planes delante del Señor, para que todo aquello que de manera imprevista se nos suelte sin avisarnos, no nos haga tanto daño como para que tengamos que cambiar los planes. 

Atemos los cordones de los pies presurosos, o de todo aquello que nos haga movernos con tanta rapidez, porque finalmente, así como nos llevan de un lugar a otro pueden ser la causa por la cual nos quedemos en el mismo sitio.