Su gran escudo de fuego le hace impenetrable. He oído de las expediciones y los viajes a la luna, pero jamás he escuchado algo parecido con relación al sol, más grande que cualquiera de las estrellas de nuestra galaxia, su presencia rige todos los sistemas en esta parte del universo. Es ese atleta persistente que sale a correr todas las mañanas exhibiendo su esplendor ante la creación entera como diciendo: aquí estoy otra vez y traigo en mi equipaje la oportunidad de un día nuevo, para todo y para todos.

Su luz y su calor recorren los caminos más recónditos, llegando a los lugares más insólitos, no hay duda, directa o indirectamente todo está al alcance de los rayos del sol. 

Sin embargo hay una estrella mayor, en Apocalispisis 22:16 se describe como la estrella de la mañana, esa que da inicio al día eterno. Esa que un día nos hizo amanecer verdaderamente vivos, alumbrados y alcanzados por su eterno fulgor. Cuya presencia rige todo en nuestro sistema, su luz ilumina al mundo entero, su energía y su calor no tienen límites ni fronteras, no tiene horarios ni recorridos, solo brilla y al mismo tiempo nos hace brillar. Es ese sol que no está colgando en algún lugar del universo, es ese que alumbra desde adentro y cuya llama aviva nuestra vida entera.