Ya llegan los días en que el mundo se prepara para recibir el año nuevo, la alegría de esta temporada evoca ilusiones, esperanzas, proyectos; detalles que a pesar de todo, nos dicen que el año entrante promete ser mejor. Sin embargo, es en esta época en que observamos que tan distintos somos, y qué gran variedad hay en nuestra misma especie.
Unos cantan la canción “A lo pasado pasado” y se disponen a hacer borrón y cuenta nueva. Otros toman lo bueno y desechan lo malo, sin olvidarse de lo vivido, sino que se permiten continuar a pesar de. Otros prefieren encargarse diligentemente de instaurar su pasado en su presente y les pareciera que están avanzando, cuando realmente lo que han hecho es acoplar la marcha atrás en sus vidas.
Hace poco, alguien me hizo recordar lo que viví cuando aprendí a manejar. La clase más complicada fue la del retroceso, tener que ir hacia atrás mirando hacia delante, parecía como si el cerebro no reconocía la instrucción, acoplar retroceso con vista al frente, mover el carro y retroceder. Mirando a uno que a veces era mi cómplice y otras veces mí enemigo, ese diminuto espejito que tenemos delante, el cual nos dice qué es lo que estamos dejando atrás, o hacia donde vamos si decidimos retroceder.
Hoy en el habitáculo de mi vida, sentada en la butaca que me ubica en la responsabilidad de echar andar este carro, miro hacia al frente y tengo un gran cristal que me protege de lo que esta delante y un espejo pequeñito que me advierte de lo que dejo atrás. Para saber manejar es tan importante poder avanzar como retroceder, sin embargo las distancias recorridas en retroceso siempre son muy cortas, lo suficiente para lograr una posición adecuada cuando fuere preciso, ubicarnos, y luego poder salir nuevamente a la vía que tenemos por delante.
No nos conviene quedarnos estacionados y mirar la vida desde el retrovisor, tampoco nos conviene mantener la vida en movimiento pero en reversa. Estamos obligados a ir hacia delante, creyendo que a pesar de las sorpresas que podamos conseguir en el camino habrán señales que en su momento nos dirán detente o cambia de canal, precaución, etc. Hasta que llegado el kilometraje preciso veamos un cartel grandote que nos diga Bienvenido a Casa. Entonces sabremos que valió la pena no dejar de avanzar, mirando de vez en cuando lo que dejábamos atrás, pero avanzando.
Pablo el Apóstol, supo darnos esta inducción al volante: Dejando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Filipenses 3:13-14).
Probablemente la esposa de Lot, de haber tenido carro, no se habría permitido voltearse a mirar su pasado, quedando para siempre estacionada en el error.
Prosigamos!
3 comentarios
EXELENTE ANGI, ESA FILOSOFÍA, TE DESEO MUCHA FELICIDAD Y ÉXITOS EN EL CAMINO A RECORRER EN ESTE MUNDO, Y NO OLVIDEMOS NUNCA DE SUMINISTRAR GASOLINA DE ALTO OCTANAJE A NUESTRO VEHÍCULO.
ResponderEliminarEXELENTE , ESTE MENSAJE , ME ENSEÑA MUCHAS COSAS Y ME HA HECHO RECORDAR UNA FRASE MUY CUBANA ,QUE DICE, (PARA ATRAS "NI "PARA COGER IMPULSO ). FELICITACIONES
ResponderEliminarEl amigo de un científico, decidió visitarlo, al llegar a la casa del científico, pensó que era algo muy grande y !Sorpresa! vivía en un humilde cuartito y con pocas comodidades, a lo que el visitante le pregunta: ¿Y tus cosas? El científico le pregunta: Y las tuyas. !Oye! yo solo voy de paso. Pues fíjate que yo también, aquí solo soy peregrino voy a mi patria celestial. Por eso hay que seguir adelante, porque el que persevere hasta el fin ese será salvo.
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