
Podía verlos a todos desde mi lugar, permanecía sentada mirándoles correr en las afueras del salón, al otro lado, jugaban y se divertían como yo quería hacerlo. Otros simplemente descansaban mientras llegaba la hora de volver a casa; volví la mirada al pizarrón y allí estaba él, todavía, mirando mi ansiedad por salir y por correr. Sin palabras de por medio él sabía perfectamente que lo que más anhelaba era dejar ese lugar, pero entendí claramente que con sus ojos me invitaba a entregar un poco mas, a esperar y a creer.