Cuidado con eso , Un poco de mi

Enseñándonos que...

lunes, febrero 03, 2014

En respuesta a la pregunta que he recibido, con mucha frecuencia en los últimos días, por parte de familiares y amigos, en cuanto a los escritos de Pluma, me permito contarles que en estos momentos he decidido dedicarle casi todo mi tiempo de escritura a un nuevo proyecto en el que estoy trabajando desde diciembre del año pasado, dedicado a la Familia. A la tuya y a la mía, a esa familia con la que empezaste tu recorrido, y a la familia con la que indefectiblemente lo vas a terminar.

Pido su respaldo en oración, al parecer, el Señor tiene planes con este nuevo proyecto.  

Sin embargo, aprovecho la complicidad de esta madrugada y que aún mis hijos duermen para colarme unos tres minutos de mi cotidianidad y dejarles por aquí un pasaje de la Biblia que ha tocado mi corazón con insistencia los últimos días. Quizás alguien espera por él justo ahora.



Hace años aprendí el pasaje de Tito 2:11-15, pero todo el capitulo de esta pequeña carta es digno de ser considerado, una y otra vez, por todos aquellos que se dispongan de corazón, a vivir en Dios. Hombres y mujeres dispuestos a ir de la mano del Espíritu Santo, todos los días. En un intercambio constante de corazón a corazón.

No es un pasaje dedicado a las personas que han decidido vivir una vida alejada de Dios y sus preceptos, al contrario, es una exhortación del Apóstol Pablo a todos aquellos que son parte de la Iglesia del Señor.

Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, 
enseñándonos que
renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, 
aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, 
quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. 
Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. 
Nadie te menosprecie.

Y tal como está escrito, la gracia de Dios se ha dado a conocer para que todos seamos salvos. Enseñándonos que, ... tal parece que precisamos de un continuo aprendizaje, Renunciando. Y esta palabra tiene tanto peso, dice a mi corazón y a mi mente tantas cosas. Ese "Renunciando" según lo define nuestro diccionario, se refiere al abandono voluntario de algo que se posee o a lo que se tiene derecho, por sacrificio o necesidad.  

Renunciando a la impiedad

A menudo al hablar de impiedad, asumimos que se trata de aquellos que viven en maldad, que por necesidad o por lo que sea, han decidido vivir una vida llena de delitos y asuntos vergonzosos. Sin embargo, no se trata de ellos, sino de nosotros. Cuando el Apóstol exhorta diciendo, "Renunciando a la impiedad" se refiere a nuestras faltas de piedad. Al poco o nulo amor que pueda tener por los demás. A eso que me hace estar lejos cuando sé que debería estar cerca. A ese sentimiento que a veces me permito hospedar en mi vida y en mi corazón, en honor a otros. Que quizás, mereciéndolo o no, son sujetos de la impiedad que aparentemente inofensiva se cuela entre mis pensamientos y mis actitudes.  

Aquí es donde le pido, sinceramente, al Señor su ayuda para hacerme, con objetividad, un Test de Piedad. Quizás me encuentre como David, requiriendo con urgencia un corazón nuevo. 

Renunciando a los deseos mundanos

No podemos pretender no desear las cosas que son naturales de este mundo de mortales. Un rico helado en una tarde calurosa, una buena taza de chocolate caliente en una noche fría. Una buena película, un buen libro, una buena ducha con agua caliente después de un día difícil. Cosas, que seguramente, sólo tendremos mientras vivamos aquí. 

Pero estoy segura que la expresión "deseos mundanos", se refiere a los deseos propios de nuestra naturaleza. Y no es solamente los placeres del cuerpo, a ese placer puntual de tocar y ser tocado. Se refiere a un placer que traspasa los sentidos, que secuestra el pensamiento, que nos deja a merced de un nuevo evento del que podamos hablar y en medio de él escarnecer y juzgar, cual juez y jurado. Esta condición es el pasaje "sólo de ida", a la crítica, a la envida, a la vanagloria, a la autocompasión. Deseos que me asaltan por mi propia naturaleza, pero a los que esforzadamente debo obligarme a renunciar. 

Para que vivamos

Se puede vivir de cualquier forma, mientras te acompañen los latidos de tu corazón. Sin embargo, el deseo de Dios es que vivamos sobria, justa y piadosamente, todo lo contrario a la impiedad y a los deseos mundanos. La sobriedad, la justicia y la piedad no se dan la mano con lo que a mí me da la gana de hacer o como me plazca vivir. Entiendo que se maneja un tema de sujeción a la palabra del Señor que traerá a mi vida, bendición y vida eterna. 

Se me plantea un ejercicio continuo en el que debo capacitarme para la piedad, entrenarme a diario con ella, hasta el punto en que no me cueste tanto y finalmente logre vivir quieta y reposadamente, sin las contiendas y disensiones que provoca una vida que juzga y señala a plena luz del día o en completa oscuridad.  

A fin de que pueda abrazarme confiadamente al cumplimiento de la palabra de Dios en mi vida. A fin de que comience a notarse en mí la manifestación gloriosa de la persona de Jesús, Sus acciones, Su carácter, y la certeza de su participación en todo lo que yo haga, sea o quiera ser. Sabiendo que se dio a sí mismo  para redimirme de toda iniquidad y estando yo consciente de eso, me deje purificar y que haga de mi Su propiedad.

Me asalta, esta mañana, una gran inquietud. Y sé que como Tito debo hablar de esto en el Nombre del Señor. 

Es mi oración esta mañana que podamos renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, por amor a Aquél que hemos decidido servir hasta el último aliento de nuestra vida.

Ayúdame a renunciar Señor, en el Nombre de Jesús. Amén.

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