Si me enfoco en mis hijos, sé que les amo desde el principio, desde que me dieron la inolvidable noticia de que reducidos a una simple semillita ya vivían dentro de mi. Pero el amor por ellos ha ido creciendo, con sus gestos, palabras, la cotidianidad ha sido el cupido que ha flechado nuestros corazones para siempre. Y entre tanto, sé que por ellos sería capaz de hacer cosas desmedidas, sacrificios indecibles, si faltaran mis fuerzas apelaría a las de Dios mismo con tal de asegurar su bienestar. 

Al pensar en el amor de Dios por mi, entiendo con facilidad que me amó desde el principio, como lo dice Su palabra, pero y después, cuando dejé de ser una semillita, cuando comencé a decidir sin considerar sus opiniones ni Su presencia. Cuando escogí sin preguntar, cuando quise hacer las cosas a mi manera, cuando no hubo cotidianidad entre nosotros, cuando postergué nuestras citas, cuando prioricé estar con otros antes de compartir con él.  Entonces encuentro un amor que da el primer paso, sin condiciones, a uno que verdaderamente no espera nada a cambio para seguir amándome hasta el final. 

Un amor que a pesar de mis errores y de mi distancia, sigue alcanzándome cada mañana calentándome el alma, como calientan la hierba los rayos del sol. 

Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero.  1 Juan 4:19