- No creo Don Vicente, fíjese bien, no hay ni una matica en
todo esto.
Saltando un par de veces, continúa diciendo:
- Mire mire. No más al saltar, mire pues como me hundo.
- No compadre, no sea pesimista. Hacemos una buena traba con
ladrillos y tendremos las casitas en un ratico.
- No Don Vicente, ¿usted ve aquella lomita?, pues pa´allá
mismito es que yo voy.
- Francamente Don Pedro, usted es terco como mi mula Chela.
Bueno coja su camino, no me haga perder más tiempo, siempre poniendo las cosas
más difíciles de lo que son.
Ambos hombres clavaron sus estacas y a los días lucían en el
horizonte, dos casitas bien labradas.
- Don Pedro, tremendo sol que le pega a su casita, si hubiera
construido aquí conmigo, estaría siempre bajo la sombrita de la misma loma
donde por terquedad prefirió encaramarse.
- Pierda cuidado Don Vicente.
El sol que a usted le parece malo a mí me cae muy bien, me calienta la
casita y en estas zonas de frío nunca esta demás un buen rayito de sol.
A los pocos días comenzó a llover y todo el pastizal se
inundó. Don Vicente intentó resistir lo más que pudo, pero finalmente la casita
no tenía un buen fundamento y el agua se la llevó.
Después de una noche de lucha contra la lluvia y el
temporal, se oyen los gritos desde abajo:
- Don Pedro! compadre permítame subir a la loma, déjeme entrar en su casita. Mire que la lluvia se me ha
metido hasta en el pecho y me persigue el catarro y no me quedó ni un pañuelo.
- Suba compadre, el sol que alumbra esta mañana en la montaña
es suficiente pa’ los dos, deje los calzones en el tendedero y póngase ropa
seca.
- El catarro más peligroso no es el del pecho como usted me
dice Don Pedro, el catarro más peligroso es el que da en el corazón.
- Mire bien Don Vicente, aún queda un buen terreno sobre la
loma.
Considere bien su vida, y sea prudente, tenga en cuenta que
aún tiene oportunidad de comenzar de nuevo.
Y cualquiera, pues,
que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que
edificó su casa sobre la roca. Mateo 7:24
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