Pasé 39 semanas soñando con el momento de escuchar su llanto
por primera vez, cómo sería el matiz de su naciente voz. Todos los detalles habían sido preparados
cuidadosamente. Todo estaba previsto para su llegada.
Por un imprevisto, en medio de la intervención, decidieron
anestesiarme por completo, uno de ellos velozmente tapó la mitad de mi cara con
una mascarilla. Lo último que escuché fue: 3, 2,… el 1 quizás lo dijeron, pero
yo no lo escuché.
Mi cuerpo estaba allí, pero mi mente estaba del todo
ausente. Al despertar casi dos horas después mirando de frente el gran reloj en
la sala de recuperación, me sentí defraudada. Como quien se alista para ver una
película y justo cuando ya está acomodado en la butaca se va la luz en el salón
y no le regresaran el ticket.
Mis manos sobre mi vientre vacío me informaron formalmente
que Mical ya no estaba conmigo, en el momento de la separación lloró por mí
pero yo no la escuché. Me sentí terrible, y lo pensé como culpándome de lo
ocurrido:
- Me perdí el momento en que mi hija lloró por primera vez.
Ese mismo día entendí que no estaría en todos sus momentos
de dolor, que no alcanzaría a secar todas sus lágrimas, cada vez que su alma se
desbordara en llanto con o sin razón. Comprendí que muchas veces lloraría por
mí y yo no iba a poder evitarlo, y no siempre estaría presente para
consolarla, fue entonces cuando decidí
hacer un contrato con la agencia aseguradora del alma.
Accediendo a la póliza más costosa del universo, esa que no
tiene precio, pero que fue aperturada desde la eternidad por amor a mí. Esto fue lo que escribí en el acta compromiso:
Reconozco que no podré estar siempre, que no siempre podré verla, que habrán momentos en que muy probablemente no podré llegar a tiempo, sin embargo, te la entrego a ti. Cada día de su vida lo pongo en tu mano, más allá de mi amor, siempre la seguirá el tuyo.
Cuando mis brazos no la alcancen, debajo de tus alas estará segura.
Cuando mi voz no llegue a sus oídos, tu palabra sustentara todo su ser.
Cuando yo no pueda acunarla en mi regazo, entrará en escena tu Santo Espíritu Consolador, secando sus lágrimas e instaurando en su corazón un gozo nuevo.
Yo cumpliré con mi parte, y cuando fuere adulta no se apartará de ti.
Ambas partes firmamos, y el documento fue sellado con la
misma tinta con la que desde la eternidad se selló mi bendición.
Después de ese día, cada vez que veo sus ojos y escucho su
voz, cada vez que pienso en su futuro, me declaro en completa paz, mi corazón
está confiado.
La cobertura que hay
sobre Mical no tiene fecha de caducidad.
No importa que no pueda recordar su primer llanto, nunca
olvidaré las condiciones del contrato.
4 comentarios
Guao Angi, el Señor te siga usando. Siempre has sido de bendición para mi vida. Te quiero mucho!
ResponderEliminarHermanita ese el mismo contrato que fue firmado para nosotras!!!! oro a Dios para que siga dictando esas palabaras que alintan a muchos!!!
ResponderEliminarAy amiga es dificil como madre no poder evitar que nuestro hijos sufran y a la final es necesario el sufrimiento para su crecimiento y madurez en el Señor y yo tambien firme ese seguro y espero que Dios me llene de mucha muchisima SABIDURIA no solo a mi como madre sino a todas las madres del planeta tierra para poder sembrar en nuestros hijos la palabra del Señor para que cuando fueran viejos no se aparten de ella y podamos llegar ante nuestro Dios diciendole: Señor aqui esta mi herencia para ti, hombres y mujeres que te sirven con pasión y amor a TI..
ResponderEliminarFelicidades Angélica como siempre una hermosa palabra.... El señor supo muy bien a quien darle el poder de la palabra y la escritura!!! Un abrazo y bendiciones a tu hermosa familia!!!
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