Jamás olvidaré aquellas tardes de
primavera, inició el trabajo mostrándome sus pinturas preferidas, como
haciéndome parte de la colección para que me sintiera motivada en el asunto.
Flores y frutas son su mayor especialidad, los matices difuminados entre las
sombras le dan sabor a esas rojasmanzanas y olor a esas calas preciosas a las
que inyecta vida con su gastado pincel.
- Es así como debes hacerlo -me
decía mientras su mano bailaba sobre aquel lienzo amarillo, listo para atrapar
una verdadera obra de arte.
En cada pincelada el reto se
hacía mayor cada vez, aventajada me dijo:
- Es fácil, es cuestión de
visualizar en el lienzo lo que aún no está.
Llegado el momento, puso en mis
manos aquella fina vara de madera, espelucada por el susto de tener que bailar
de la mano conmigo, sin duda, sabía que podía morir en el intento, o por lo
menos, quedar calva después de la función.
Recuerdo que comencé a pintar,
sin querer hundía más de lo debido el pincel en la pintura
- No tanto, no
tanto -me decía con insistencia.
- Solo moja los pelitos y listo, lo escurres un
poco, y ya.
El charco de colores sobre la tela la hizo más pesada y goteante
cada vez.
A las horas yo parecía la paleta
de Miguel Ángel, atiborrada de colores por todas partes, mis pestañas lucían
como arcoíris de exhibición, todas exponían un color nuevo, la nariz, los
parpados y las comisuras de mi boca hablaban de un retrato abstracto acartonado
por la acuarela, y escurrido por el
trapito de limpiar los excesos. Finalmente la obra terminada, flores y frutas
que no se distinguían entre sí, a lo que mi mamá llamó con ternura “naturaleza
alternativa”, por no descalificarme en el primer intento.
Pero el concepto que logré con lo
que pretendían ser flores y frutas, fue más profundo de lo que creí al
principio, al poco rato me encontré informándome a mí misma lo que había
descubierto. El éxito no se logra tras una buena calificación o tras los
aplausos después de plasmar una obra de
arte, el éxito se logra tras los intentos fallidos, tras esos encuentros
fortuitos con la oportunidad de arriesgarte de nuevo.
Con esta experiencia ella me dejó
dos enseñanzas clavadas para siempre en la cartelera de mi corazón:
- Llamar las cosas que no son como si fueran, es la mejor proyección de un futuro prometido.
- Cada intento sumara un punto nuevo a tu favor, aunque al momento no puedas notar el avance.
Más que una clase de Pintura, fue una clase de cómo puedo pintar sobre mi propio lienzo, la vida que Dios me ha prometido, llamando las cosas que no son como si fueran y mirando más allá de mis debilidades, esperando ver en cada una de mis fallas la prominencia de Su amor y Su poder.
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