Se quedó bajo el aserrín por mucho tiempo, lijando las asperezas de la muerte con cada segundo de vida. Abriendo los cielos, otra vez, como al principio.
Es el Hijo, y sigo Sus pasos, aún arrastrando como lastre mi propia humanidad.
Es el Espíritu, infundiendo en mi Su aliento cada día. Soplando fuerte sobre mi Su brisa, llevándose mi hastío y mi afán.
Le veo abriendo puertas delante de mi, haciéndome pasar por lugares nuevos. Le veo sirviéndome un fastuoso banquete delante de mis enemigos, en presencia de mis angustiadores. Le veo lavando mis pies después de un día cargado. Le veo asistirme todo el tiempo aunque mis ojos distraídos no lo noten, mi corazón sigue mirando Su poder.
Eres el mismo, la voz de trueno que parte el universo, el dedo que escribe en la arena, la mano que da de comer a la humanidad. Eres el mismo que me sustenta aun en los días de absoluto silencio, donde ni los arboles se mueven, cuando todo está inerte y no sé a quién llamar.
¡Eres el mismo!
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