En honor a los amigos , Para Ti

Una cita en el Geriátrico

lunes, febrero 16, 2015

Una mañana sonó mi celular, una mujer a la que yo no conocía me llamaba para pedirme ayuda. Su cuñada había sido recluida en un geriátrico de mi ciudad, pero estaba al límite del abandono. Busqué el geriátrico que me refirió y lo encontré. Y allí estaba ella, mi amiga Hilde. 

Jamás le había visto, tenía setenta y nueve años pero muy gastados, aparentaba quince años más. Me presenté con ella y le dije: “Hola Hilde, quizás no me recuerdas, pero somos amigas”, ella temblando por el Parkinson que la afligía, me dijo: “Ah sí, eres tú. Te esperaba.” El lugar era totalmente insalubre, las enfermeras que custodiaban parecían verdugos de prisión. 

Surgieron luego muchas visitas, ella me contó de su vida y me mostró algunas fotos que certificaban su relato como cierto. “Fui una mujer de mucho dinero, nunca tuve hijos pero tuve los más grandes privilegios, mi esposo murió hacen treinta años, yo lo perdí todo en juegos y malos negocios. Mi familia me abandonó, y ahora muero poco a poco en este hueco. Dios no se acuerda de mí, Él está bravo conmigo.”

Recuerdo que me dolía el corazón al ver cómo una mujer que había tenido tanto éxito se iba de este mundo en esas condiciones. Me dijo llorando: “No sirve de nada Angélica, haber amontonado dinero, haber trabajado duro, haber viajado y conocido muchos lugares, si finalmente acabas como yo”. Parecía que cada año de su vida era como una tonelada de tristeza que caía sobre su corazón. El escenario era terrible, hombres y mujeres retirados de la vida, abandonados en un lugar lejos de todo. Arrastrando sus cuerpos como sacos viejos y gastados, había una gran depresión en el lugar, un espíritu triste que recorría esos fríos pasillos, y allí estaba Hilde, llorando su tristeza en su propia celda.

¿De qué le sirve a una persona haber ganado el mundo entero, si ella misma se destruye o se pierde? (Lucas 9:25) porque nada se llevará cuando muera, ni su gloria descenderá con ella. (Salmo 49:17)

Pero mi Dios tiene el poder para irrumpir en la más absoluta oscuridad, para quebrantar el dolor más profundo, para correr la soledad y el desconsuelo. Después que Hilde confesó a Jesús como su único y suficiente salvador, pude escuchar cómo compartía la buena noticia con otros viejitos del lugar. Su condición física fue empeorando cada vez, pero el Salmo 23 se convirtió en su pasaporte a la paz.

Hoy hacen tres años del día en que nos vimos por ultima vez, pero en nuestra despedida  supe que le faltaba poco para irse con el Buen Pastor. En su mirada me decía que la noche se había acabado y que en el ocaso de su vida estaba sentada de cara al sol. Sé que volveré a verla pero ya no en una prisión, sé que el abandono se ha ido y que hoy está en los brazos del Padre.

El Señor es mi Pastor, y nada me faltará. (Salmo 23:1) Esta fue la última frase que alcancé a oír de sus labios.

Gracias Señor, por cambiar la angustia por la paz, por despedir la soledad cuando Tú llegas. Gracias por llevarme aquel día a ese geriátrico y por llevar a mi amiga Hilde a Tu presencia. 

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