Serían unos 25 o 30 minutos, apretaba periódicamente la bola de goma para que el fluido fuese constante, la bioanalista volvió agitó un poco la bolsa, y como para darme ánimo me alagó diciendo: - ¡qué bien!, preciosa tu sangre. -¿Preciosa?, pensé en silencio. Al instante tomó un papelito y la identificó, le puso mi nombre y otros datos.
Entre tanto, me quedé pensando en el que se ganó la etiqueta del gran Donante Universal. ¿Qué hubiera podido leerse en su historia médica?,... tal vez: Paciente masculino, de 33 años de edad, con politraumatismos severos, contusión cerebral, perforación del tórax, desgarramiento cutáneo, subcutáneo y de músculos torácicos, contusiones renales, edema pleural, heridas contusas longitudinales, hemorragia masiva e incontrolable, ... Pero, ¡listo para donar!
Lo maravilloso de Este, es que a diferencia de todos los demás, después de su comprobada muerte, se levantó de entre los muertos sin reposición de Su sangre, sino que entregándola toda, declaró ante Tomas y el resto: Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo. Lucas 24:39
La sangre que no se repuso, aún después de la resurrección, en el cuerpo del Mesías, es la garantía de la remisión eterna, Él no perdió su sangre, Él la entregó.
Señor gracias por tu preciosa sangre, que me limpia y que me cubre para siempre. Amén
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