Un poco de mi

Aferrados a Su presencia

jueves, noviembre 15, 2012

aferrados a su presencia
Sólo tenía pocas horas de nacido, y tanto su papá como yo no habíamos logrado tener contacto con él desde que nació. Después de recibir el parte medico y envueltos en ropa estéril, nos dejaron entrar hasta donde él estaba. Una cunita calientita, con la cabeza dentro de una cámara cefálica para darle el oxigeno que necesitaba en esas primeras horas de vida. Ya se podía ver el rastro de las agujas que pasaron por sus bracitos antes de que nosotros pudiéramos tocarlo.

Susurramos bendiciones acercándonos lo mas posible a la cunita, después que pude meter mi mano me atreví a tocar sus deditos, a lo que naturalmente respondió con ese reflejo innato atrapando con determinación mi dedo índice, lo apretó fuerte como aprovechando el momento para contarnos todo por lo que había pasado desde que la pinza apretó su cordón y quedó fuera de la panza de mamá.

Habiendo capturado mi dedo, sin duda capturó también mi corazón y le pedí a mi esposo que sacara su clandestina cámara fotográfica y captara esta imagen. Cada vez que la veo recuerdo lo que sentí, pero no sólo como madre, sino como hija.

A menudo me encuentro queriendo contarle al Padre las cosas que suceden, como si Él no las supiera, queriendo aferrarme al dedo de Dios y llorar mientras le ruego que no me deje sola, que no se aleje nuevamente, como si Él viniera a mí de tiempo en tiempo como nosotros con Misael en aquella hora.

En ese momento recordó mi corazón que aunque no sienta el dedo de Dios para aferrarme a el por completo, Su mano de amor y de poder no se acortará para bendecirme. Él estará conmigo en la angustia y me librará de todos mis temores. Mi buen Padre celestial, me guardará de todo mal, Él guardará mi alma y aunque este confinada en cunas de oscuridad, llena de incertidumbre, Su luz me alumbrará y me hará estar segura. Sus ojos estarán sobre mi y no me dejará hasta cumplir aquello que me ha prometido.

Todas estas palabras cayeron como en cascada de mi mente a mi corazón, o no sé, si de mi corazón a mi mente. Lo cierto es que salí de allí fortalecida, agradecida por la bendición de poder aferrarme a la presencia de Dios aún en los valles de sombra, en esos lugares donde no nos gustaría estar jamás, vistiendo ropas de lucha cuando sólo quisieramos atuendos de gozo.

Misael salió de allí a los pocos días, pero de mi corazón jamás saldrá la certeza de que Él es el Dios que me salva, aún en medio de la angustia, de la soledad y el dolor. Yo le clamaré y el me oirá, me aferraré a Su presencia, y no le dejaré hasta contarle todo lo que mi corazón ha guardado para confiarle.

Bendigo desde aquí a todas las madres que guardan en sus brazos grandes depósitos de amor y protección. Y también a todos los hijos que se cubren, como yo, bajo el abrigo del Altísimo, refugiados para siempre en el abrazo del Padre. Aferrados, pese a todo, a Su amor y a Su presencia.


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