Pareciera que la competencia comenzó, ¿quién logrará conseguir el atuendo más original para estas fechas? 

Muñecas, viejitas, negritas, bebes, mounstros, piratas, fantasmas; otros hacen honor a ciertos oficios como bomberos, médicos, policías, enfermeras. El otro día vi a uno en pijamas, y exageradamente demacrado, pregunté por curiosidad de que estaba disfrazado y con cara de anémico me dijo que era obvio, se había disfrazado de “enfermo”;… realmente me asombra tanta creatividad. Por supuesto, siempre hay otros más excéntricos que caracterizan hasta la muerte, con una hoz de vara larga y su respectiva mascara calavérica. Aunque los más populares son los atuendos altruistas, esa fila de súper héroes que se pasean por las calles con su capa en la espalda y su antifaz en la cara, pero todos movidos por el mismo motivo, llamar la atención, y aunque sea por un instante lograr impactar al resto. 

Y mirándoles pasar, pienso en mi misma y en toda mi descendencia, a caso querrán ellos ocultarse tras un disfraz para impactar a otros. Desde niña supe el origen de estas fiestas, y sinceramente pude entenderlo lo suficiente como para no querer, jamás, ser parte de ellas. Apocalipsis 19:8 siempre me habló de un atuendo mejor y permanente: “Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente”. 

Aquellos que creemos esta palabra sabemos que portamos un atuendo el cual no se ve a simple vista, pero que sin duda es un atuendo real, con capa y corona, no simulando la fantasía de un reinado temporal, sino que nos hace saber que tenemos nuestra parte en el reino de la eternidad, vestidos para siempre con Su santidad, porque todos los que han conocido al Señor, de él están revestidos (Gálatas 3:27). Sentados a la mesa con el Rey de reyes, con la cara al descubierto y sin antifaz. Revestidos por Aquel que espera de nosotros mostremos nuestra verdadera identidad.